Cuando se abre el debate sobre el modelo de docencia en nuestro país estamos ante la conveniencia de superar la perspectiva desde la que el profesor transmite el conocimiento desde una tarima de forma unidireccional. Se precisa un nuevo modelo en el que el conocimiento no limite al estudiante a engullir pasivamente contenidos para que éste pueda participar en la construcción del conocimiento de forma activa.
El modelo universitario lleva más de mil años apoyado en las clases magistrales, en el discurso unidireccional, como dejan de manifiesto los bajorrelieves medievales que reproducen la actitud pasiva de los estudiantes dedicados a copiar sin descanso el aluvión de datos de cada clase. En mi opinión resulta más relevante saber argumentar que aprender de memoria los manuales enciclopédicos que, con frecuencia, se imponen a los alumnos, debiendo ocupar un papel preferente aprender a procesar la información para trabajar de forma independiente y autónoma. El pedagogo Francesco Tonucci critica el modo en «que… el modelo de enseñanza obliga a los estudiantes a callarse, a escuchar, a entender lo que los profesores explican, tomando incansablemente apuntes, para después repetirlo en los exámenes». «Todo esto», -prosigue- se hace con una banalidad impresionante y que no consigue llegar a ningún tipo de interés, de pasión, ni de emoción». Esto es lo que se ha denominado «enseñanza bulímica» en la que el alumno se atiborra de datos sin digerirlos, ni interiorizarlos para después vomitarlos en el examen sin dejar huella de ningún conocimiento, ni otorgar ninguna capacidad.
Cuando esto es así, la simple memorización de gestos rutinarios o prácticas desconectadas de la realidad, se identifica con la erudición en el peor de los sentidos, tal y como la entendió y definió Ambrose Bierce: la docencia se convierte en «el polvo que cae de la estantería en los cerebros vacíos».
Así, se pueden formar opositores expertos en el arte de «hincar codos» pero no se podrán formar ni emprendedores, ni buenos profesionales, ni ciudadanos con conciencia crítica, que tendrán que buscar en otras fuentes el aprendizaje de las habilidades para enfrentarse al complejo mundo actual. Lo importante no es que los alumnos acumulen o memoricen datos, sino que aprendan a utilizar el pensamiento crítico, ya que son múltiples las destrezas que permite desarrollar como: «la capacidad para resolver problemas, el crecimiento de la agilidad mental, la incentivación de la capacidad de emprendimiento, la comunicación oral y escrita, el acceso y análisis de la información, la curiosidad y la imaginación».
La docencia universitaria, además de alcanzar el dominio de la disciplina, debe integrar competencias que permitan la transformación del conocimiento científico en conocimiento que facilite el trabajo autónomo que el estudiante pueda aplicar en la vida profesional, vinculando el conocimiento a la experiencia que se vincula a la resolución de problemas que genera la realidad. Añade el profesor de la Universidad de Murcia, Ildefonso Méndez que: «Tradicionalmente los docentes se han dedicado a la lección magistral, a la resolución de problemas que permiten una respuesta rápida (exenta de complejidad), pero esas prácticas tradicionales no funcionan en mercados de trabajo desarrollados como España, sirve en países en los que el nivel educativo es más bajo y faltan conocimientos primordiales».
Es relevante pues identificar que: «Los dos pilares de la construcción social son la educación y la información, porque saber nos permite elegir».
En mi opinión, ese papel fundamental que juega la Universidad en el avance social no debería quedar hipotecado por inercias propias de actitudes rutinarias o complacientes. Incentivar el pensamiento crítico permite que se desarrolle el hombre libre, debiéndose recordar que: «Los hombres libres tienen ideas, los sumisos ideología» (Teócrito)
Nada justifica, en definitiva, que el profesor universitario ejercite la deserción de la obligación principal de su trabajo que no es otra que formar a ciudadanos y a profesionales. En el contexto descrito se ubican las dos monografías publicadas por el autor en la Editorial Atelier:
«CÓMO HACER EL MEJOR TFG» cubre una carencia que ha afectado en general a la docencia en la asignatura más relevante en grados y máster.
«EL PLACER DE COMUNICAR» es una revisión crítica del modelo de enseñanza, que subraya la desconexión que existe entre la Universidad y las necesidades de aprendizaje que demanda la sociedad, e incide especialmente en la conveniencia de desarrollar el pensamiento crítico y la capacidad para expresarse de forma oral.